lunes, 21 de abril de 2008

Voltaire número cinco

Luciano tiene 7 años, sabe leer, escribir, sumar y restar; tiene cicatrices en la frente y las rodillas. Contrariamente a lo que se cree, no necesitó de ningún método para dañarse y aprender, lo hizo él solo, naturalmente.
La infancia es el periodo en el que se construye el interior y se destruye el exterior. Los columpios y las resbaladillas, las cuatrimotos, cuando las hay, dañan el rostro y las rodillas. La observación de los colores, formas, tamaños, y la atención en los detalles configuran nuestra capacidad cognitiva.
Luciano está leyendo un libro de Voltaire. Lleva casi una hora sentado en la banca con el libro puesto sobre las rodillas. Balancea los pies humanamente; el viento juega con algunos mechones de cabello que caen libremente sobre su frente. Los ojos van y vienen sobre las líneas coloridas; la mirada permanece inmóvil. Luciano lee a Voltaire, se lee, a sí mismo.
La infancia, zapatos pequeños.
Luciano está leyendo un librito de letras grandes. Existe un juego entre los tamaños y los colores, entre la distribución de las letras en la página y las ilustraciones. El libro es una maravilla; fue pensado, creado exclusivamente para él. Él lo sabe; lee, no se pregunta; lee, no se entretiene; lee, no está.
La infancia, ese paisaje.
Luciano está leyendo. El viento le cambia la página, el sol la ilumina, la banca le sostiene.

sábado, 12 de abril de 2008

Las cosas

Hay, en la penumbra, un umbral en la penumbra.
Puertos que se abren en los bordes de las cosas,
heridas en los libros, palabras en las cosas.

Hay algo que se mueve en la penumbra de las costas.
Un influjo nos recorre, allí, sobre las costras.

Hay palabras contenidas en las cosas,
los nombres de tu Dios y sus victorias.

He visto, sé, y la visión también consume.
Nadie mira por azar, las palabras o las cosas.

Elementos de autocrítica

Yo
es
otro.

jueves, 10 de abril de 2008

Al menos en estos textos

No hay elementos suficientes para hablar de una antropología filosófica, basados en estos textos, ya que en sus planteamientos se parte de hechos psicológicos sin un mayor fundamento. La argumentación no parece presentar errores, es pues concluyente. Pero la postura es en extremo dogmática. Hay principios de los que se parte y no se demuestran, y muchos no son, como se pretende establecer, evidentes en sí mismos. La reflexión es guiada por una concepción materialista, ya que todo puede reducirse a impresiones sensibles e impulsos naturales, como la sexualidad. La postura identifica como ilusorias a la religión y a la libertad. Toda experiencia de la libertad es ilusoria, ya que en realidad lo que ocurre es que se ignoran las causas o factores anímicos que nos impulsan a actuar de tal o cual modo. La libertad es sólo el conocimiento de la necesidad, de la satisfacción de nuestros impulsos, de la cultura. Se habla del Hombre, pero no se justifican las afirmaciones sobre su naturaleza, como la existencia en ella de un impulso de muerte. Esto es un hecho psicológico, pero puede tener su origen en la cultura y no en la naturaleza humana. Habría que registrar previamente varias dificultades que la forma de pensar plantea. En efecto, el hombre siente, porque tiene un cuerpo, piensa, porque tiene una mente, pero qué siente y qué piensa es otra cosa. No hay un discurso que hable sobre el Hombre, sólo se abordan algunos fenómenos de su vida psíquica. Siendo que una antropología filosfófica se funda en una concepción del Hombre, al menos debería ser considerada de antemano, y partir de ello como de una base. Esto está ausente, al menos en estos textos.

Nuevo trabajo

Entrar y salir de un estado, como por mi casa, sin ningún titubeo o problema, es en eso en lo que trabajo ahora. No me refiero, como podría pensarse, a estados de la república mexicana, bueno fuera; me refiero sobre todo a estados de ánimo y de desánimo. Trabajo, sin sueldo, sin horario, sin un espacio predeterminado; trabajo sobredeterminado por axiomas autoevidentes. Y no se trata de esos que son evidentes a Dios pero que no lo son a los hombres... Estos aximas o premisas, de la mayor importancia, son ideas que se contienen, se encadenan, se completan y se expanden. Pondré un ejemplo... mejor no. Se ponen ejemplos cuando las cosas no están claras. Recurrimos, nosotros, a los ejemplos, cuando algo está mal o ha fallado de antemano o por completo. Esto es intolerable; una falla en el discurso; alguien debería tomarse su trabajo en serio. Orden y progreso, tibet y cine en casa.

lunes, 7 de abril de 2008

Tesis

Deleuze define así el conocimiento en Spinoza: no es la operación de un sujeto sino la afirmación de una idea en la mente, autoafirmación de la idea, “explicación” o desarrollo de la idea, como una esencia que se explica en sus propiedades[1]. Trataremos de desarrollar este punto.
La idea no es una pintura muda, no es una imagen, es concepto. Basta que esté presente en la mente para que se desarrolle, afirmándose a sí misma, explicándose en sus propiedades. La idea se desenvuelve en la mente como un papel arrugado que se coloca en agua. La explicación de la idea o reflexión o conciencia, al igual que el conocimiento o afirmación de la idea, no es una operación del sujeto, sino una propiedad de la idea por la cual se desdobla y se multiplica hasta el infinito, no es reflexión de la mente sobre la idea, sino reflexión de la idea en la mente[2].
La idea verdadera es anterior a su certeza: para saber que sé es necesario que antes sepa algo (por certeza no se entiende la ausencia de duda, sino algo positivo, saber que se sabe). Pero si sé algo (si tengo una idea verdadera)[3], necesariamente sé que lo sé, porque la idea es dinamismo. En efecto, la idea verdadera es anterior a su certeza pero, según se ve, la idea verdadera y la certeza son lo mismo: la certeza es una propiedad de la idea, es la idea misma.
Así como la idea verdadera es anterior a su certeza, así la verdad es anterior a la idea verdadera (¿cómo podría saber que lo que sé es verdadero sin conocer previamente la verdad?). Por eso Spinoza afirma que para alcanzar la certeza de la verdad no se requiere más que poseer la certeza de la idea verdadera[4], y para poseer la certeza de la idea verdadera, según se ha dicho, sólo se requiere poseer una idea verdadera. Ahora bien, la verdad de la idea no se funda en una causa externa, como la concordancia con el objeto del que es idea. Si la idea es verdadera en sí misma lo será también respecto de su objeto.

Si algún artesano, por ejemplo, concibe rectamente un utensilio, aunque no se pueda llegar a hacer nunca, su pensamiento es verdadero lo mismo si existe el utensilio que si no; por el contrario, si alguien dice que Pedro existe, sin saber que existe, su pensamiento respecto de aquél es falso, o, si se quiere, no es verdadero, aunque Pedro en realidad exista; la afirmación de que Pedro existe no es verdadera más que respecto de aquel que sabe que Pedro existe.[5]

La idea es en sí misma una afirmación, y ésta sólo es verdadera si se conoce previamente lo que se afirma. Si afirmo que Pedro existe, sin saber que existe, mi afirmación no es verdadera, aunque Pedro exista realmente. La verdad de la idea radica en el pensamiento y no en la realidad del objeto. Si afirmo que Pedro existe, mi afirmación sólo es verdadera si sé que Pedro existe, es decir, recurro a mi conocimiento sobre la existencia de Pedro y no a la existencia real de Pedro.
El método no puede ser un camino hacia la verdad, porque entonces cabría preguntarse qué camino se ha tomado para llegar a ese, y así hasta el infinito. No nos servimos de él como de un instrumento (no es a la verdad como el martillo es al hierro), es la forma para saber que lo que se afirma es verdadero.
[1] DELEUZE, G. Spinoza: filosofía práctica, pp 79 y 80.
[2] Ibid, p 77
[3] Este es el ejemplo que da Spinoza del cuarto modo de percepción: se concibe una cosa por su esencia cuando yo sé lo que es conocer algo por el mero hecho de que conozco una cosa. SPINOZA, B. Tratado de la reforma del entendimiento, pp.36 y 37.
[4] SPINOZA, B. Tratado de la reforma del entendimiento, p 44.
[5] Ibid, p 64.

Deus sive Natura

Los pinos que circundan el camino asomaban sobre la cerca sus follajes puntiagudos que el viento movía de un lado a otro. Jeremías devolvió el saludo con la mano y continuó la lectura del otro Jeremías.

Primeras horas

Meditaba en el silencio de la mañana cuando la descubrió en la habitación. Yacía sobre la alfombra y se divertía arrojando sobre él gestos burlones con el arco de sus labios. Se había convertido, no sabía a qué hora, en el blanco donde se clavan todas las flechas del desprecio. Pensó en seguir el juego, esquivar algunas, y ver que pasaba.

Camino hacia el mole


Sonido

Esferas transparentes surcaban el espacio entre la cama, el ropero, la mesa y la niña que veía por la ventana. Flotaban en el aire, leves, como burbujas de jabón. La más pequeña vino a su encuentro y estalló justo en su oído izquierdo. El tictac que contenía se derramó propagándose a gran velocidad. El murmullo le golpeó en pleno rostro, le traspasó por completo, veloz.