sábado, 29 de marzo de 2008

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La Fotografía tiene algo que ver con la resurrección.
Roland Barthes




miércoles, 26 de marzo de 2008

Sastrecillo Valiente

Nagg: Escúchala otra vez. (Voz de narrador.) Un inglés… (pone cara de inglés, recobra su expresión habitual) que necesitaba urgentemente un pantalón a rayas para las fiestas de Año Nuevo va a un sastre, éste le toma las medidas. (Voz de Sastre.) “Listo. Vuelva dentro de cuatro días, estará terminado.” Bien. Cuatro días después. (Voz del sastre.) “Sorry, vuelva dentro de ocho días, los fondillos me salieron mal.” Bien, resulta difícil hacer bien los fondillos. Ocho días después. (Voz del sastre.) “Estoy desolado, desgracié las entrepiernas.” Bien, de acuerdo, las entrepiernas, es un trabajo delicado. Diez días después. (Voz del sastre.) “Lo lamento, vuelva dentro de quince días, estropeé la bragueta.” Bien, la verdad es que hacer una buena bragueta es un trabajo muy comprometido. (Pausa. Voz normal.) La cuento mal. (Pausa. Apenado.) Cada vez la cuento peor. (Pausa. Voz de narrador.) En fin, resumiendo, entre una cosa y otra, llegó Pascua y echó a perder los ojales. (Rostro, voz del cliente.) “¡Goddman Sir, no, realmente eso es indecente! Dios hizo al mundo en seis días, me comprende, en seis días. ¡Sí señor, sí, el MUNDO! ¡Y usted no tiene narices para hacerme un pantalón en tres meses!” (Voz del sastre, escandalizado.) “¡Pero, señor! ¡Señor! Mire (gesto despreciativo, con asco) el mundo… (Pausa.)… y mire… (gesto apasionado, con orgullo) ¡mi PANTALÓN!”

Samuel Beckett, Final de Partida


No fue sino hasta ese momento que comprendí que mi caso se trataba a todas luces de un hecho infame producto no de una conducta inadmisible, sino de una persona que se las daba de muy viva y se movía por el mundo y la historia de una manera anónima, pero que yo conocía a la perfección. Cerré el libro y lo dejé reposar sobre la rueda sin pedal, inmóvil, sobre la mesa. Advertí, al reparar en la comodidad con que se acomodaba en el metal cromado, que algo debía hacerse con urgencia. Me di cuenta, al verlo buscar su reflejo en la superficie del metal, que si yo no era su verdugo, nadie lo sería; que si la forma de liberarnos de él no era ejemplar y no se llevaba a cabo en el menor tiempo posible, nadie lo notaría tampoco. Me acosté sobre la cama cubierta con el edredón, su crimen de puntadas, marcas y remates. Era imposible dormir así: había sido manufacturado por el remedo de una máquina, o algo peor. Me entregué al sueño con la esperanza de poder establecer conclusiones durante la noche, conclusiones nada personales. Y así fue.

Me desperté temprano. Ni siquiera tuve tiempo de tomar los lentes de la mesilla de noche. Un impulso oscuro, similar al de un resorte cuando se dispara, me arrojó fuera de la cama y me abandoné en él, me lancé sobre la cómoda con el salto de la fiera, me dejé hacer, tomé del cajón el revolver que Sara había olvidado en una de sus bolsas pequeñas y que yo encontrara, tiempo después del final de su partida, refundida en un agujero en el interior del ropero. Muy a mi pesar, me vestí la ropa. Guardé el arma en el bolsillo de la maldita chaqueta hecha a medida y recién estrenada. Salí al corredor. Los perros ladraban. Al inclinarme para cerrar con llave la verja de la entrada, noté que mi zapato derecho había perdido uno de los círculos metálicos que cubren el orificio por donde pasa la agujeta. Caminé a prisa hasta cruzar la avenida. Compré en la exlavandería un jugo de zanahoria que sabía a cóctel de frutas. Alguien tenía que decirles a los empleados que usar el mismo Moulinex para extraer el jugo de toda clase de frutas, una tras otra y sin una limpieza intermedia de las piezas del aparato, modificaba sensiblemente el sabor de los jugos. Sin embargo, esa no era mi guerra y continúe mi largo camino. Llegué a la esquina de la mueblería. Habían olvidado retirar las cadenas del estacionamiento y obstruían el paso. Seguí por la calle sin prestar demasiada atención. Había que continuar y no detenerse, cobrar todas las deudas, todas las faltas cometidas hacia todos, en todo lugar, acaba con cualquiera que se dedique al oficio. Corrí para poder llegar. Después de dos o tres cuadras, con el jugo agitándose todavía en el estómago, me detuve frente al umbral. Desde la sombra del árbol (eran las 11 y el sol estaba alto) podía ver sus manos ocupadas en el ritual de movimientos mecánicos. Él era un simple peón, un emisario envigotado cargado con excusas. Mi misión era confirmar su condición: hacer de él un verdadero emisario, digno de los antiguos reyes paganos, un emisario que porta un mensaje nada despreciable, sellado con la cera de la muerte. Me adelanté un poco para observar si había alguien más en la habitación porque la oscuridad de la pieza impedía una visión precisa. Advirtió mi presencia sin sorpresa. Estaba a punto de esbozar esa sonrisa irritante que siempre lo caracterizó en la colonia, ese gesto que era lo único que lo había hecho distinto de los demás sastres del lugar, porque la calidad del trabajo era siempre la misma en todos, deficiente, y el precio y la forma de pago, caro y por adelantado, eran un acuerdo del gremio, estaba a punto de burlar la justicia, de exhibir una vez más a diestra y siniestra su falsa inocencia, cuando el impulso del resorte me hizo descargar el arma sobre su cuerpo.

Yacía arrojado sobre la mesa de madera como quien duerme la siesta. Yo siempre lo supe y se lo dije en varias ocasiones: moriría sobre esa mesa, con las tijeras en la mano, con los pies calzados con sus botas incómodas pero elegantes oprimiendo el pedal de la misma máquina vieja. Su sangré luminosa como de cuento manchaba una tela que tenía la caída perfecta para un pantalón. La cara era la misma que en el sueño, sólo que en aquél se me presentaba diciendo, con sonrisa y todo, que él también era hijo de Pedro Páramo y su destino, y me confesaba que se había hecho adepto a las tijeras y a la regla, medio de expiación de sus pecados, porque había asesinado en su juventud, él sí, a siete de un golpe. Le cerré los ojos con seis alfileres tomados de su pelota de tela, no fuera que despertará y me viera partir dejando sobre el estante de entregas mi pantalón de cuadritos, a medio terminar.

martes, 25 de marzo de 2008

Discurso del río

Deja que te hable hoy a ti. Tú que recuestas la cabeza en la orilla y en la piedra, que escuchas esta voz que nadie ni siquiera oye, deja que te hable hoy a ti. Algunos han dicho, en todas las formas y tonos posibles, en todas las horas, que lo que hacen no tiene utilidad alguna, que no podran nunca, a pesar del deseo, lograr hacer lo que en verdad se proponen. Las razones, cuando las hay, son siempre las mismas: es muy difícil y sencillamente uno tiene que ser lo que es. Algunos también han dicho, me consta y me duele, que uno es de tal o cual modo y que no puede ser algo que no es, por ejemplo, en el momento en que lo expresan; que el destino así los quizo y así los dejará. Pero date cuenta, hazlo ahora: algunos nunca salen (la distancia no es el factor determinante)o salen pero a buscar, y es común que lo hagan en lugares poco probables. En todo esto debes notar, no lo dudo, un poquito de confusión y de extravío. Porque los que así dicen hablan de la vida como si fuera siempre la misma cosa; hablan de su vida como si se tratara de algo ajeno a ellos mismos. La vida no existe, recuérdalo bien, solamente existen los seres vivos.

lunes, 24 de marzo de 2008

Les vacances

martes, 18 de marzo de 2008

Siglos sin saberte

Confundimos la facilidad (facilmente) con la tranquilidad. Es normal, es común, es deseable tener (entender) días tranquilos. Es difícl decidir, sobre todo cuando no se sabe. Tranquilamente, decido aceptar mi entrada al Programa Vasconcelos. Tranquilamente, digo, y me refiero sólo a eso. Del mismo modo es como decido tomar las riendas nada cómodas para conducirme en este camino y, en general, de todos los que faltan: sé que los cambios se dejarán venir, sentir, estar. Nada de esto es fácil, basta conciderar su complejidad nada aparente. Me voy, pues, y esta vez lo hago bien, como quien se va. Me voy en busca de otras formas, en busca de otros; parto de mí, desde mí, para llegar a mí. Mi camino es largo y no es precisamente en línea recta. Doy los pasos antes dados, me recorro, subiendo, a toda velocidad y sin escalas: una espiral que no es roja y nunca se dispara. Así las cosas, así, así.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Como Madame Butterfly no

Crutones de pan horneado y botella del 2003. Hay un montón de asuntos pendientes y un par de personas perdidas. Las pruebas psicométricas son agotadoras, sobre todo cuando se hacen en un espacio reducido y repleto de gente. Es bonito caminar en lugares amplios con un gafete colgando del cuello. Es bonita la alfombra cuando es nueva y casi ni se siente. Las sombras tomaron cuerpo para la tercera lectura. Un par de ajustes, un acto más bien de creación por allá, una peinadita y una limpieza general lo arreglan todo. Tres pases de cortesía también. Estoy algo indeciso sobre el futuro inmediato. Lo asuntos del reino, los establos y las vacas, todo está como en stand by. Me tomaré un café, me echaré las cartas, consultaré algunos libros. Quizá en alguna revista parisina encuentre noticias de lejos. Por ahora, el ritual del sueño resulta más que necesario.

lunes, 10 de marzo de 2008

Cuarto solo

Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.

Alejandra Pizarnik

domingo, 9 de marzo de 2008

Salut au monde!

-¿Qué ves, Rafael Cessa?
-Veo mecanismos, cuerdas que se tienden, cubos, catedrales rojas, notas que caen como alud sobre la vista. Veo personas, veo sus nombres que se dicen y se llaman, veo caras como espejos que se esconden y se alargan. Veo caminos, pasos y pesares, veo ausencias vegetales, mi mirada, hielos y cristales.
-Ahora, abre los ojos.

martes, 4 de marzo de 2008

Chejov, sí sí

Me salí todo enbufandado, huyendo de una tesis de sombras, a buscar algo que me trajera de regreso y me mantuviera así. Encontré, sin mucho esfuerzo (después de todo se imprimieron 52000 ejemplares...), un libro pequeñito de esa colección que no se vende... pero que se vende muy barata. Es una antología de cuentos de Chejov, El camaleón y otros cuentos de varios colores. Sin palabras. Transcribo a continuación un fragmento de La melancolía, narración corta que forma parte de mi biografía secreta no autorizada pero bien recibida. La puntuación me parece extraña en algunas partes, pero respeto la traducción (Francisco Montaña) y su edición.

De nuevo está solo y de nuevo empieza a envolverlo el silencio... La melancolía que había sido apaciguada durante un corto momento aparece de nuevo y le taladra el pecho con más fuerza todavía. Los ojos de Iona martirizados y ansiosos recorren la multitud que se mueve por los dos lados de la calle, esperanzados en encontrar aunque sea una, entre esos miles de personas que pueda oírlo. Pero la multitud corre sin notarlo a él ni a su nostalgia... Y la nostalgia crece sin reconocer ninguna frontera. Si el pecho de Iona llegará a explotar, se derramaría toda la tristeza y llenaría el mundo entero, y a pesar de eso es invisible.

P.D. Y es por eso que nadie entiende nada.

H2O

Bebo de un vaso transparente mientras camino bajo la lluvia atravesando mi neblina. Mis ojos se van secando de mi agua y se van mojando de la otra. Me lluevo hacia ninguna parte.

Llovía. Yo vi a Sofía que se mojaba como se mojan las aguas cuando no hay sol que las mire. Maadevi venía y ella se iba, Sofía... Uno, como el agua, puede estar fuera aunque esté también en el fondo del adentro.

Es tan bonito tener agua: dentro, fuera, alrededor.

lunes, 3 de marzo de 2008

Seis de copas

A nivel adivinatorio, el Seis de Copas presagia un tiempo de serenidad que ya no tiene nada que ver con los sueños del pasado. A veces vuelve del pasado un antiguo amor, o un sueño que acariciábamos en el pasado puede convertirse en realidad en un futuro cercano. El estado del enamoramiento ciego se ha solidificado y, aunque el pasado tiene que parecer hermoso e irrevocablemente perdido, algo surge de su promesa, templado y fortalecido, en el presente. Esta carta indica nostalgia del pasado, pero con una diferencia: el pasado puede llevar al furuto, y el sueño aún puede llegar a realizarse, incluso puede que esté muy cerca.

domingo, 2 de marzo de 2008

El amor que no ama a los hombres

Es más fácil entender al Hombre que entenderse uno a sí mismo. Y sin embargo, nadie entiende nada. Lo que en uno escapa del Hombre, escapa también de uno mismo. No hay, desde hace siglos, una teoría del Hombre que explique al hombre lo que es el Hombre. El discurso cambia; la verdad, cuando la hay, permanece, oculta. Hablamos del Hombre, pero en realidad hablamos del hablar sobre el Hombre. Todos los hombres son mortales es la afirmación de un deseo, la fe en el cuerpo "corporal" de todos los hombres que saben que sólo les correponde pensar humanamente. El amor que no ama a los hombres, teoría de sí mismo volcada en la mismidad de su presencia. Y cada hombre, esto es, cada cuerpo, es lo mismo que su cuerpo. En este mundo, soledad de los cuerpos, no hay nada más. Es más fácil entender que no entendemos que entenderse uno a sí mismo. Y sin embargo, nadie entiende nada.

sábado, 1 de marzo de 2008

Hay algo

Hay algo en mí -no sé qué sea- pero sé que está en mí.
Crispado y sudoroso -sereno y frío se hace luego mi cuerpo, duermo -duermo.
No lo conozco -no tiene nombre- lo expresa una palabra que aún no ha sido pronunciada, que no está en ningún diccionario, en ningún idioma, en ningún símbolo.

Walt Whitman