martes, 10 de junio de 2008

Tlacotalpan



Traje mis sentidos; me visto con ellos y salgo. Ando una calle de casas alineadas. Las fachadas, todas, me recuerdan bordados coloridos. Todo es silencioso, incluso las ventanas. Hay luz no contenida en los derrames. Hay arcos prolongados, pronunciados a veces; se tienden y repiten infinitamente. Hay lugares, claros en la isla, parques que se abren al paseante. Techos de teja húmeda. Iglesias, locales, iglesias. Hay un borde de río por donde van los lancheros y uno puede pasear o morir a gusto. En una esquina del centro vive un pintor. Me asomé al interior de las habitaciones, muy amplias; en la sala, había un libro de Rimbaud sobre un ejemplar del Quijote. Cuadros en las paredes. Mecedoras en lugar de sillas rodena la mesa. Tapetes, tinajas, fotografías. Hay un café donde la gente se congrega por la tarde. Después de las siete, los jóvenes recorren las calles en motos o bicicletas. Se dicen saludos, se toman de las manos y se sientan en los parques. En la noche, la luz de las farolas proyecta sombras en los muros. Uno camina por las calles más angostas y se siente derrepente acompñado. No he visto gatos. Algunos perros. Muchas aves. La comida es buena, sobre todo los caldos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En la casa de la derecha, entre las columnas, tuve la alta satisfacción de sentarme a meditar (in strictu senso) hace justamente un año, en compañía de Luz.

Ahora eres tú el que está allí devolviéndome las imágenes...