viernes, 14 de diciembre de 2007

-¿Otra vez tú?

La Orquesta Sinfónica de Xalapa ofreció un concierto gratuito en la Iglesia de Guadalupe en Coatepec. El joven director Lanfranco Marcelleti Jr., Andrzej Kalarus como solista en el contrabajo (se parece mucho al Bruno Schultz de la foto que abre la edición de Siruela de sus obras completas) y una magnífica selección musical engalanaron la noche. A pasar de que el espacio no es el adecuado para ofrecer conciertos de este tipo, su acústica es sin duda mejor que la de las salas del Teatro del Estado. Como llegué temprano me pude sentar a unos diez metros del primer violín. Desde ahí pude notar que Claire Scandrett se cambió el peinado y que Juan Manuel Jiménez se cortó el cabello. El interior de la iglesia está repleto de arreglos florales, lo que le da al lugar un aire fresco y un aspecto muy colorido. Creo que el Concierto para contrabajo y orquesta de cuerdas de Benedykt Konowalski (compuesto en 1998 y estrenado mundialmente hoy en Coatepec) fue la pieza de la noche. Kalarus terminó su interpretación y nos regaló, nuevamente, el tecer movimiento y una pieza breve de jazz.
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Salí del concierto muy contento y me fui a cenar unos ravioles de espinaca bañados en salsa blanca y una copa de vino tinto chileno. Sé que me arrepentiré de esta cena toda la próxima semana, pero no pude evitarlo. A tu salud, cabroncito.
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Ahora me gustaría salir de aquí y encontrar a Paulina, Brito, Fano y Alina y que me invitaran a una de esas fiestas locas de la que, después de beber uno o dos vodka tonic y de habernos puesto al corriente en algunas cosas, huiría sin despedirme para caminar de regreso a casa tarareando Jackson de Johnny Cash, lo que me haría comprender que padezco una enfermedad imposible y que sufro un dolor inventado, y que todo comenzó un día hace unos meses cuando salía de un café internet, y pensando en esto y en muchas cosas más, todo mezclado mejor que el vodka y el agua quina, llegaría a casa, cansado y agitado, y me acostaría a dormir y quizá soñaría otra vez con esa maldita cubeta vacía, si no es que se me sube el muerto primero. Pero estoy seguro que no será así y que en 20 minutos estaré dormido en casa disfrutando al máximo de esta soledad.
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-Milagrosa, santita linda, vengo a pedirte que me quites esta parálisis facial que me dejó el concierto, el remordimiento producto de la cena, y de paso quítame la memoria, causa de todos mis males.
-¿Otra vez tú?

3 comentarios:

Arkturo dijo...

tengo ese complejo de salirme de las fiestas sin despedirme


yo lo hago tarareando Black And White Town de los Doves

Anónimo dijo...

Oh, otra vez el mismo suplicante y...con semejante deseo de olvido. Sí, era de esperarse tamaña petición puesto que uno...

Uno...uno va por el mundo como un paraguas que se queda olvidado en cualquier lugar y cambia de escenarios según el trayecto de sus posibles portadores.

El sueño que a consecuencia tuve trata de un paraguas que comenzó un nuevo ciclo, sólo que, para fortuna suya, su dueño (no se sabe si a conciencia o inconsciencia), lo olvidaba en lugares donde los posibles portadores le reconocían ese misterioso nexo que lo identificaba con su propietario.

No era, por así decirlo, un paraguas que se jactara de ser el gran paraguas, sin embargo, algo guardaba de inconfundible que lo distinguía de los otros que, como él, dejaban a merced de cualquier mano.

Era éste uno de esos paraguas de color gris, engañosamente neutro, cuyo porte señorial residía en su pulido mango de madera. Era un paraguas que obligaba a llevársele con brazo fuerte y decidido.

El penúltimo lugar en el que apareció olvidado le dejó una grata sensación de bienestar. Aquel día, al despertar, se descubrió cómodamente recostado sobre el borde de un gran televisor cuya pantalla transmitía historias como espejos de las que pertenecían a sus espectadores. El paraguas se divertía hilvanando unos relatos con otros, el climax de una historia lo insertaba en otra en la que había intercambiado el final por el principio. Al cabo de unos cuantos juegos diegéticos, mostró una particular fascinación por los traslapes, haciendo hablar de manera paródica a dos o más protagonistas incrustados en historias ajenas, de géneros opuestos.

Tan ensimismado estaba en sus literarias diligencias que le tomó por sorpresa el instante en el que fue arrojado nuevamente hacia las manos de su dueño. No tardó mucho tiempo en volver a caer en las redes del olvido. Su actual morada le pareció tan interesante como la anterior; muy distinta, por supuesto, porque ahora se trataba de un pequeño jardín sin el fulgor de los cerezos. Desde su llegada la cosa le pareció entretenida; recargado sobre la puerta de cristal de la entrada principal observó un gran festejo, algo así como una fiesta de libros tocados, leídos, esparcidos por el piso, la escalera y hasta obsequiados a las gentes en forma de regalo.

Algunas caras se le hicieron conocidas, como si las historias espejo de la morada anterior continuaran en este otro lugar proyectando sus reflejos. Pasó la noche, olvidado felizmente en el húmedo jardín. Dormía aún cuando se sintió tomado por las mismas manos que lo habían expulsado de la morada anterior. ¡Qué ganas de joder!, ¡Qué maldita obsesión de regresarlo siempre a su antiguo poseedor!

Por fortuna, el desmemoriado dueño no avisó cuándo volvería. Mientras, el paraguas viaja en coche, como quien va de paseo por los inesperados caminos de la vida, imaginando el escenario futuro donde será, una vez más, el deseoso olvidado.

Rafael Cessa dijo...

ay, ese paraguas que se viaja solo... compré libros infantiles muy bonitos (y económicos); uno de Cortázar.