domingo, 9 de diciembre de 2007

(Oh, Sweet Nothing)

Mis palabras nacen rotas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

EL PAISAJE DEL CORAZÓN

La siguiente etapa del viaje es el desierto del Karst al que Filip también llega, como en los cuentos, en un viaje mágico transportado por fuerzas desconocidas: Filip se duerme en un autobús y al despertar está en Karst. Allí es recibido también de modo enigmático por una vieja que le saluda como a uno de allí, como al "hijo del herrero muerto, al fin otra vez en casa", y así el Karst será el modelo del paisaje de la infancia.

Como lugar iniciático, requiere también una consagración de pertenencia. Y es el viento del sudoeste el que le bautiza y le guía, el que le lleva en volandas, el que le da el nombre y la figura a las cosas de la naturaleza, el que le enseña a leer el paisaje: "De aquellas brisas he aprendido yo más que del mejor de los profesores: aguzando mis sentidos, todos a un tiempo, en lo aparentemente más embrollado y confuso, en la naturaleza salvaje, a leguas de distancia de los humanos, aquellos soplos me mostraban una forma tras otra, cada una claramente separada de la otra, cada una el complemento de la otra, y yo, en la cosa más inútil, descubría un valor y llegué a poder dar nombre a todas las cosas juntas".

LA EXPERIENCIA DE LA LECTURA. Jorge Larrosa.

Anónimo dijo...

Te voy a contar una historia como tantas otras que andan por ahí...

Erase una vez un Corazón que yacía justo en el penúltimo peldaño ascendente de una escalera rojinegra. Sabía con certeza que enseguida del último escalón habitaba hacía ya tiempo un gran Cerebro que reposaba largas y meditativas horas sobre una almohada de tornillos.

Cerebro acostumbraba dormir poco o dormir en demasía, lo que le ganaba uno que otro desafortunado malestar. En medio de su inquietud, pasaba largas horas y felices días leyendo, indagando, investigando si acaso en un libro mágico existía la fórmula para hablarle al Corazón que, desde siempre, moraba al lado suyo.

Cansado de no saber, Cerebro intentó establecer comunicación directa con ese Corazón doliente que lo vigilaba hora tras hora, día tras día y que no daba señales de dejar de latir. Decididamente, tomó por asalto a las palabras pero éstas, congruentes con el alma que las hacía brotar, nacían rotas desde las profundidades del origen.

Triste y melancólico, pensó abandonarse una vez más a las terribles soledades de su almohada. Se sentó sobre los indómitos bordes de su cama, pero ya no tuvo fuerzas ni siquiera para recostarse. Se quedó allí, sentado por muchos meses hasta que, poco a poco, el viento de su respiración comenzó a arremolinarse en sus entrañas. Sentía el ir y venir de etéreas marejadas penetrando en las concavidades de sus intersticios. Percibió, además, y esto con no poco sobresalto, una ventisca caliente que le azotaba desde atrás en la parte superior del cuello, por donde comenzó a bajar el torrente purpúreo que lo llevó a un gran descubrimiento.

Asombrado, se dejó llevar por aquel camino penumbroso hacia donde lo guiaba un tenue pero persistente silbido acompasado. Sus ojos abiertos y desmesurados buscaban con ansiedad el rostro de aquella señal que lo llamaba como a un predestinado. Bajó por fin por un estrecho pasadizo hasta llegar al centro de infinitas ramificaciones. Giró levemente hacia su izquierda para encontrarse repentinamente con el enorme Corazón que, a gritos, le resonaba en la plenitud de sus membranas.

En un acto de amor indescriptible, Cerebro tendió la mano a Corazón para fundirse en un abrazo eterno que no conoció fin en los tiempos venideros.

La almohada de tornillos permanece hasta nuestros días como testimonio fidedigno de lo aquí narrado. Como objeto curioso ha querido exponérsele en museos como pieza única de colecciones de vanguardia. Esto no ha sido posible debido a que ningún esfuerzo humano soporta el peso que adquirió al haber sido abandonada por su dueño.

Para satisfacer la curiosidad de los interesados, se le puede observar a distancia en una vieja buhardilla, desde el penúltimo escalón ascendente de una escalera rojinegra, un tanto resquebrajada por los años.

Rafael Cessa dijo...

Mis palabras nacen rotas. Escribo únicamente sobre lo que no parece suceder. Has escrito bien la historia verdadera.

Anónimo dijo...

La Nada es lo único verdadero. En ella ocurre Todo: la plenitud y el vacío.