martes, 19 de febrero de 2008

Castillo laberinto

El sol atardece en el corazón de una aldea italiana. El perfume del trigo gotea de las oscuras nubes. En los balcones de piedra, sobre tejas raídas, sobre techos de paja, la historia se insinúa.
Carruajes pasan veloces sobre pedrusco tallado por los años. Niños levantan maderos puntiagudos que hienden el cielo. Las mujeres toman antorchas que oscurecen sus pupilas. El patíbulo tiene compañía.
Se ve cansado. Negrecidas costras cubren sus heridas que rozan el suelo. Las muñecas desechas tiñen las sogas. Todo él derramado.
“Es la hora”, anuncia la campana de la garita.
“…fiat voluntas tua…”, se escucha murmurar en la abadía.
La muerte llegó en silencio. Sólo el cadalso se estremeció levemente.
Carruajes pasan lentos sobre pedrusco tallado por los años. Madres con hijos en brazos apisonan la paja sobre el suelo. La historia se retira a la torre más alta, donde una joven se lleva las manos al vientre.

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