sábado, 24 de noviembre de 2007

Xico Vol. II

Lo de Xico fue un recuerdo del porvenir. Uno ignora, en esos casos, muchas cosas. De cualquier manera, eso era lo que me hacia falta: a mi vida, como a los habitantes de Ixtepec, le es necesaria la ilusión. Y qué decir de los tamales, el licor de mandarina y el café.
Había fiesta en el pueblo. Cerca del santuario de Cristo Rey, en las calles, vendían comida y bebidas. Fuera de las casas la gente se juntaba para jugar loteria, con granos de maíz, y uno podía ganar una pelota jugando con un peso. En el atrio del santuario, un grupo de rock tocaba música de Nirvana. Una camioneta, como esas que usaba mi nonno para trasladar varias toneladas de café, recorría el centro del pueblo llevándo a un grupo de luchadores, 10 o poco más, que gritaban a los paseantes: "indios morenos, vayan a las luchas". Y buscando el lugar de las luchas encontré una cantina muy pintoresca. Pedí un vasito de licor verde (no, no es el de los poetas) y salí a la noche. La plaza principal estaba llena de gente. En las bancas se podía ver a jóvenes parejas en sendos devaneos. Más allá, despúes de la zona de juegos, los hombres. Jóvenes, muchachos, no tan jóvenes, todos bebiendo y riendo a carcajadas. Grupos de señoras mayores, enlazadas por los brazos, cruzaban el parque en busca de sus "sobrinas". Las sobrinas, quizá fuereñas, llevaban sombreritos con listones y zapatillas de tacón elevado. Me senté en una banca un poco alejada para no interrumpir a las comparsas. Y ahí se me fue la noche. Tomé un camión que por doce pesos y una hora de mi tiempo me llevó casi hasta la puerta de mi casa. Después dormí, 10 horas.

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